Quizás una de las citas más reveladoras en contenido y expresión de cuantas nos han legado los historiadores hispanos de la época sea la de Bernal Diaz de Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España de 1632:
“Y si hubiese de contar las cosas y condición que Monctezuma tenía de gran señor, y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva España y de otras provincias le hacían, es para nunca acabar, porque cosa ninguna que mandaban que le trajesen, aunque fuese volando, que luego no le era traído; y esto dígalo porque un día estábamos tres de nuestros capitanes y ciertos soldados con el gran Monctezuma, y acaso abatióse un gavilán en unas salas como corredores por una codorniz; que cerca de las casas y palacios donde estaba el Monctezuma preso, estaban unas palomas y unas codornices mansas, porque por grandeza las tenía allí para criar el indio mayordomo que tenía a cargo de barrer los aposentos: y como el gavilán se batió y llevó presa, viéronlo nuestros capitanes, y dijo uno de ellos que se decía Francisco de Acevedo El Pulido, que fue maestral del almirante de Castilla, “¡oh que lindo gavilán, y qué presa hizo, y tan buen vuelo tiene!”, y respondimos los demás soldados que era muy bueno, y que había en estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería, y el Monctezuma mirando en lo que hablamos, y preguntó a su paje Orteguilla sobre la plática y le respondió que decíamos aquellos capitanes que el gavilán que entró a cazar era muy bueno, y que si tuviéramos otro como aquel que le mostraría a venir a la mano, y que en el campo le echarían a cualquier ave aunque fuese algo grande, y la mataría. Entonces dijo el Monctezuma: “Pues yo mandaré ahora que tomen aquel mismo gavilán y veremos si lo amansan y cazan con él”. Todos nosotros los que allí no hallábamos quitamos las gorras de armas por la merced: y luego mandó llamar sus cazadores de volatería y les dijo que le trajesen el mismo gavilán, y tal maña se dieron en el tomar, que a horas del Ave María, viene con el mismo gavilán, y le dieron a Francisco de Acevedo, y le mostró el señuelo, y porque luego se nos ofrecieron cosas en que iba más de la caza se dejara aquí de hablar de ello”.
La pasión venatoria del Rey Fernando El Católico era tal que en 1492 hizo a Cristóbal Colón el siguiente encargo: “los más halcones que de allá se pudieran
enviar”.
Así, el Consejo de Indias ordenó en 1523 a Hernán Cortés que cada año enviase a la Corte “cincuenta aves de caza”, prometiendo con cierto retraso (dos años después) el contador Rodrígo Albonoz V que se cumpliría con dicha
orden.
También se puede citar al Escritor Nicolás Rangel en su obra: Historia del toreo en México: época colonial, en donde cita a Juan Suárez de Peralta y su obra
Noticias históricas de la Nueva España al referirse al “Excelentísimo Señor Virrey Don Luis de Velasco (...) respecto a su afición a la cetrería, a la
cinegética, a la equitación y a los Toros, uno de los principales jóvenes de su
tiempo”.
“Gonzalo Fernández de Oviedo (1478–1557), en su Historia general y natural de las Indias, tras dar cuenta de que en cierto lugar se encontraron con una especie de halconera y preguntar acerca de ello a algunos de sus compañeros,
que sabían más que él de cetrería, aclara que «nunca oí después, en cuantos años ha que estoy en estas Indias, que los indios cazasen con aves».
Si se hubiesen tenido en cuenta estas palabras de Fernández de Oviedo, se debería haber desechado cualquier intento de afirmar y demostrar que los pueblos precolombinos conocieron, e incluso practicaron con pasión, la cetrería.